sábado, 4 de mayo de 2013

La Corte del Faraón


Por La Lira de Nerón.

No suelo ir a la zarzuela porque los tiempos obligan a seleccionar un poco, así que algo hay que dejarse en el tintero de vez en cuando. Pero el otro día decidí ir a ver La Corte del Faraón seguro de que pasaría un buen rato, puesto que todo el mundo sabe que se trata de una obra divertida. Y lo pasé bien pero me fui con mala conciencia...

Esta zarzuela narra la historia del casto José, un esclavo hebreo que entra al servicio de Lota, la mujer de un general egipcio, Putifar, quien no puede consumar el matrimonio porque una flecha le segó su hombría en la batalla. Lota, llena de pasión frustrada porque su marido le da largas, se fija en José que la rechaza porque él es un hombre casto. Furiosa lo acusa ante el Faraón que decide que sea juzgado por su esposa, quién también se enamora de José e intenta dar rienda suelta a su pasión con él. La obra finaliza cuando el Faraón nombra virrey al casto José agradecido porque ha interpretado sus sueños.

Como buena obra escrita en 1910 el argumento tiene un aire fuertemente machista matizado por el hecho de ser una comedia que se ríe de la falta de hombría de Putifar, de los deseos de Lota o de la reina e incluso del propio concepto de matrimonio. Pero no cabe duda de que se trata de una obra machista, algo que hoy en día parece resultar incómodo a quien diseña su montaje de forma que se siente obligado a darle un giro para adecuarla a los tiempos.


El montaje estrenado en Oviedo, con la mano del inefable Emilio Sagi detrás, le ha dado la vuelta a la obra de forma radical. Así, manteniendo la esencia del cuadrilátero amoroso de Lota y la reina con Putifar y José, se ha perfilado el papel del Faraón hacia el rol de una auténtica reinona y se ha convertido a los esclavos de Putifar en unos descarados chicos gays. El giro se ha completado con los bailarines, todos hombres en actitud gay y, sobre todo, con la transformación de la famosa babilonia que canta el cuplé «Ay babilonio que marea...» en una auténtica drag queen. O sea, que de la versión original en que una babilonia voluptuosa se aparecía en sueños al Faraón, se ha pasado a un tenor disfrazado de folklórica de bata de cola (con aires egipcios), cantando esta aria como en la escena final de la famosa película Víctor o Victoria. La fuerza de este momento y de este personaje se vio reforzada con un número de 20 minutos extra que incluyó la repetición dos veces más del cuplé cambiando la letra y un diálogo del babilonio con el director de la orquesta y con el público. Sin duda fue lo mejor de la obra y lo más aplaudido.


A todos estos cambios cabe unir la apuesta por una estética muy erótica, especialmente en los personajes masculinos, prácticamente todos ellos semidesnudos durante toda la obra. Se llegó a un punto tal, que uno se pregunta si la elección del cantante para Putifar se basó más en la idoneidad de su torso para este vestuario que en su voz, un auténtico torrente un tanto excesivo y carente de matices. La voces femeninas fueron correctas y sobresalieron, sin duda, tanto José como el Faraón, aunque la complejidad del papel del tenor a modo de babilonia reconvertida en drag queen se llevó la palma. Después de todo un tenor haciendo gorgoritos cómicos en las escalas de una soprano supone un esfuerzo digno de elogio.

El resultado fue una obra divertida y original. La duda es si realmente es necesario matizar el exceso de humor machista de la obra con este giro hacia el humor de reinonas. Los excesos machistas son comprensibles en el contexto histórico de la obra. Parece más difícil asumir hoy en día una actualización en base a los tópicos homosexuales de las locas y las reinonas, lo que en cierta forma no deja de resultar un poco casposillo.



Así se explica que, pese a lo divertido y pese a disfrutar la obra, saliera uno con cierta mala conciencia. Cuando uno va a ver una obra histórica acepta sin problemas los aspectos que hoy podrían ser criticables, como puede ser el machismo de este caso que imperaba en el momento. Acepta también sin problema las actualizaciones formales, como por ejemplo situar a la Agripina de Haendel en un ambiente tipo Dallas y Joan Collins que se ha visto este año también en Oviedo. Pero cuando la renovación alcanza el punto de cambiar el carácter de algunos personajes y se vuelve a caer en un nuevo charco lleno de caspa, si uno se lo pasa bien, se queda con mala conciencia.

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